domingo, 31 de agosto de 2008

Perdona nuestros pecados

Rezo el Padrenuestro todos los días, incluso varias veces al día. Desde hace unas semanas hago un breve examen de conciencia cuando me acuesto. Casi todos los días lo mismo. No me encuentro grandes (ni pequeñas las más veces) faltas de las que arrepentirme. Me parece que mi vida es bastante plana, sin grandes dosis de bondad o maldad. Como casi todo el mundo, imagino, espero que eso cambie y pueda hacer mucho más bien del que hago, ya que mal, lo que se dice mal, cada vez que me acuesto no soy capaz de encontrarme.
Sin embargo, estoy convencido de que hago cosas mal, normalmente más por omisión que por acción. Sólamente la vaguería de un superficial examen de conciencia me impide darme cuenta.Pero hoy me he dado cuenta de una falta grave. Me daba cuenta cuando la cometía, pero con la razón me convencía de que lo que me pedía mi corazón no era posible. Y ha ganado la cabeza. Y he fallado. Y por eso tengo que pedir perdón a Dios, y al prójimo al que le he dado lo que me sobraba, cuando el necesitaba más.
Volvía todo orgulloso de mi carrera en el metro. Iba a buscar a mi hijo, y llegaba tarde. Cuando quedaban dos paradas y se ha subido en el vagón un joven indigente, con muletas y una pierna vendada. Yo llevaba en la mano una barrita de cereales (de las tres que me habían dado y ya había consumido), y se la he dado. En el bolsillo llevaba algo de dinero, pero la razón me decía que con la barrita ya debía estar contento. El joven me ha dado las gracias, y con dificultad (el metro se movía, llevaba muletas) ha abierto la barra y se la ha comido, paladeandola como yo no he hecho nunca. He dudado en ayudarle a abrirla, pero me ha dado repelus hacerlo y además lo ha conseguido él solo. Enfrente mío, sentado como yo, estaba un niño de unos quince años mirando la escena, conmovido. Ha sacado de su bolsillo las monedas que tenía y se las ha ofrecido. El jóven de las muletas le ha preguntado si viajaba solo, y al decirle el niño que sí ha rehusado las monedas, y ha seguido su peregrinar. Ha cambiado de vagón en la misma estación que yo me bajaba, he ido detrás de él, pero he sentido alivio cuando se ha metido en el otro vagón para seguir mendigando: "ya no era problema mío"...
He tenido delante mío a Jesús, y no le he reconocido. Sólo le he dado lo que me sobraba, ni siquiera he querido hablar con él. Me avergüenzo mucho de ello, y me arrepiento. Señor, perdona mis pecados, perdona mi falta de caridad, mi cobardía, mi pequeñez. Perdona mi soberbia que me hace creer mejor que los demás. Perdona mi fariseismo, creyéndome seguidor tuyo, y fallando a las primeras de cambio. Ayúdame, si es tu voluntad, a entender el Evangelio, a aplicarlo en mi vida diaria.