Rezo el Padrenuestro todos los días, incluso varias veces al día. Desde hace unas semanas hago un breve examen de conciencia cuando me acuesto. Casi todos los días lo mismo. No me encuentro grandes (ni pequeñas las más veces) faltas de las que arrepentirme. Me parece que mi vida es bastante plana, sin grandes dosis de bondad o maldad. Como casi todo el mundo, imagino, espero que eso cambie y pueda hacer mucho más bien del que hago, ya que mal, lo que se dice mal, cada vez que me acuesto no soy capaz de encontrarme.
Sin embargo, estoy convencido de que hago cosas mal, normalmente más por omisión que por acción. Sólamente la vaguería de un superficial examen de conciencia me impide darme cuenta.Pero hoy me he dado cuenta de una falta grave. Me daba cuenta cuando la cometía, pero con la razón me convencía de que lo que me pedía mi corazón no era posible. Y ha ganado la cabeza. Y he fallado. Y por eso tengo que pedir perdón a Dios, y al prójimo al que le he dado lo que me sobraba, cuando el necesitaba más.
Volvía todo orgulloso de mi carrera en el metro. Iba a buscar a mi hijo, y llegaba tarde. Cuando quedaban dos paradas y se ha subido en el vagón un joven indigente, con muletas y una pierna vendada. Yo llevaba en la mano una barrita de cereales (de las tres que me habían dado y ya había consumido), y se la he dado. En el bolsillo llevaba algo de dinero, pero la razón me decía que con la barrita ya debía estar contento. El joven me ha dado las gracias, y con dificultad (el metro se movía, llevaba muletas) ha abierto la barra y se la ha comido, paladeandola como yo no he hecho nunca. He dudado en ayudarle a abrirla, pero me ha dado repelus hacerlo y además lo ha conseguido él solo. Enfrente mío, sentado como yo, estaba un niño de unos quince años mirando la escena, conmovido. Ha sacado de su bolsillo las monedas que tenía y se las ha ofrecido. El jóven de las muletas le ha preguntado si viajaba solo, y al decirle el niño que sí ha rehusado las monedas, y ha seguido su peregrinar. Ha cambiado de vagón en la misma estación que yo me bajaba, he ido detrás de él, pero he sentido alivio cuando se ha metido en el otro vagón para seguir mendigando: "ya no era problema mío"...
He tenido delante mío a Jesús, y no le he reconocido. Sólo le he dado lo que me sobraba, ni siquiera he querido hablar con él. Me avergüenzo mucho de ello, y me arrepiento. Señor, perdona mis pecados, perdona mi falta de caridad, mi cobardía, mi pequeñez. Perdona mi soberbia que me hace creer mejor que los demás. Perdona mi fariseismo, creyéndome seguidor tuyo, y fallando a las primeras de cambio. Ayúdame, si es tu voluntad, a entender el Evangelio, a aplicarlo en mi vida diaria.
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2 comentarios:
Joder Carcasona, ultimamente tienes una puntería certera para tocarme el corazón, este es uno de los temas que más me "pican" dentro.
Recuerdo que cuando era más pequeño y no tanto, el tema de la pobreza o de la gente necesitada era algo que me conmovía como no te imaginas.
Recuerdo especialmente dos "anecdotas".
En la primera, tendría unos 10 años y salíamos de misa para ir a comer a casa de mis abuelos. A la salida de misa había un viejecito pidiendo. Un viejecito consumido ya por el paso de los años y la dureza de vida que habría tenido que soportar. Nada más verle, se me mudo la cara y me dió muchísima pena, tanto que me puse a llorar y llorando le pedí a mi padre que le ayudara, que le diera todo el dinero que llevaba. (joe se me humedecen los ojos). Obligué a mi padre a volver y preguntar al viejecito que que necesitaba y que como le podía ayudar, no solo para ese momento, sino de forma regular. Gracias a Dios,sus necesidades no eran tan acuciantes, y así se lo explicó a mi padre, recibía ayuda y comía todos los días... Yo ese día en casa de mis abuelos, no pude probar bocado y la llantina y la tristeza me duró unas cuantas horas.
La otra, fue ya de un poco más mayor, concretamente me iba a casar a los dos meses y estaba con María, ibamos a comprar la nevera al Corte Inglés, llevaba unas quince mil pesetas para dejar la señal y dejarla encargada, pero en la puerta de El Corte, de repente, un señor tirado en el suelo como con convulsiones y echando espuma por la boca, parecía que estaba muy enfermo. Conseguí levantarle y sentarle en un banco. El señor empezó a llorar diciendo que se quería morir que no podía seguir viviendo así, lo duro que era llegar a casa y no tener comida para sus hijos (se me vuelven a humedecer los ojos), decirles a sus hijos todos los días que no podía comprarles nada, porque no tenía dinero, no tenía trabajo y no podía conseguirlo por problemas de salud. Además de tratar de consolarle, le dí las quince mil pesetas y el dinero que llevaba María en el bolso.
La verdad es que fue una de las cosas que más me ha impresionado. Ver la desgracia de un ser humano de una forma tan descarnada. Solo el tratar de imaginar lo que debía de sentir aquel hombre cuando llegaba a casa y miraba a sus hijos.... me producía un dolor enorme.
Al cabo de los años, le he visto haciendo exactamente el mismo numerito, lo que no me quita ni un ápice de lo que sentí aquel día cuando le vi por primera vez.
Además siempre que veía a alguien pidiendo, le daba dinero, porque pensaba: bueno y si se lo gasta en una botella de vino, bastante desgracia tiene ya el hombre encima, también tiene derecho a disfrutar con aquello que le gusta y a evadirse un poco de la realidad tan dura a la que está sometido.
Ahora, la verdad es que me he vuelto más insensible a estas cosas, no se si por pensar que ahora en Madrid, todo el mundo come, ¡como si eso fuera suficiente!.
Ahora a pesar de que ya no ayudo "nunca" (que duro suena) a ningún pobre de los que veo en el camino, de alguna manera también me molesta mi falta de sensibilidad, no se si hago bien o mal. Me escudo en que si ayudamos a esa gente tan misera, estamos fomentando las mafias que son las que al final se benefician de estos pobrecillos. Más de una vez he visto como estas mafias reparten a los "lisiados" en furgoneta y los van dejando por las esquinas. El de la mafia, por supuesto, es un hombre bastante aseado y sin necesidades.
Habrás visto al hombrecillo, que tiene unas piernitas como alambres y deformes, que pide en Serrano desde el suelo. He visto como estas mafias le dejan y recogen todos los días. A los 2 ó 3 que dejan por aquí en la zona del Bernabeú, a un pobrecillo sin brazos que sujeta el cazo con la boca y que pide en Sol..., y por desgracia supongo que en el 99,99% de los casos es así, incluso al pobrecillo de las muletas del metro, supongo que el que lo necesita de verdad, acude a Caritas o sitios así.
Que por cierto, cuando leía el "ABC verdadero", como dice Ansón, me estremecía al leer la página de Caritas..., me parecía terrible y doloroso.
Te cuento todo este rollo para que no te sientas culpable, que no sufras pensando que has sido insensible y que no has atendido al que lo necesitaba, por mucho que le hubieras dado, nunca lo hubiera disfrutado el, sino el mafioso de turno.
A pesar de saber que esta gente está explotada por mafias, como las pobres negritas de la CdC, se me queda siempre mal sabor de boca, porque siempre te queda alguna duda... ¿verdad?
Pero lo anterior, no quita el que efectivamente si hacemos un pequeño examen de conciencia, no nos acusemos de insolidaridad y de no ayudar al que de verdad lo necesita y por tanto de no cumplir con el Evangelio y con el legado de Jesús de que "quien ayuda al que lo necesita, me está ayudando a mi".
La verdad es que cuantas veces he pensado, no se si para acallar mi conciencia, de que si no tuviera esta familia tan maravillosa, me dedicaría a ayudar a los demás, más de una vez, de joven, me asaltaba el mismo pensamiento que a Juan Mari, hacerme misionero, pero ya ves donde hemos acabado, y lo peor es que con la excusa de las obligaciones...poco nos queda para lo demás.
En fin, solo decirte que no te atormentes con eso, no porque no exista ese problema en sitios más lejanos, sino para que al menos el suceso con el de las muletas no te agobie, como lo hizo en mi los dos casos que te he contado arriba.
Gracias Cami por tu comentario. Lejos de no agobiarme... me ocupa más :-).
Yo también recuerdo una ocasión (qué bestia, una) en la que andando por Ventas me encontré con una persona sin brazos ni pies, pidiendo en la calle, y le di el billete de cinco mil pesetas que llevaba encima. Fue una reacción espontánea, sin un ápice de racionalidad. Al cabo de un rato recapacité, y me entraron sudores pensando en que en parte me habían timado Pero la satisfacción de haber ayudado podía sobre el temor a haber sido un pardillo. Me ayudé mucho más a mi de lo que había ayudado a ese pobre hombre, utilizado sin duda por lo que acertadamente llamas mafias.
Lo que creo es que no es bueno que hayamos endurecido el corazón. O en mi caso, al menos, hasta los niveles en los que soy insensible ante la desgracia que diariamente recorre una gran parte de mi capacidad visual.
El caso que expuse en verano fue también de espontaneidad. Pero a diferencia de hace 25 años, la sensación de dicha con la que acabé fue muy distinta. Ojalá tenga alguna vez tus diez años y me pueda preocupar yo, como lo hiciste tú, de la desgracia de mis vecinos.
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