Era una persona de unos 50 años, sin conocidas dolencias, y con el único vicio visible del tabaco. Parecía llevar una vida ordenada, familiar. En los últimos tiempos, afrontaba las dificultades de la compañía, provinientes fundamentalmente del área que en la que el participaba, sin descomponerse en ningún momento, buscando soluciones, con ánimo de conciliar. La última vez que tengo conciencia de haberle visto fue en un almuerzo que organicé con distintos consejeros de nuestras participadas para compartir buenas prácticas, en los últimos días de julio.
Veraneaba en su apartamento de Santander, durante el mes de agosto. Aparentemente fue un verano normal. Sólo a su regreso a Madrid, un pequeño dolor en el costado le hizo visitar las urgencias de Sanitas. Pensaba que le había cogido frío. Era un viernes, y la placa que le hicieron avisaba de una mancha en el hígado que le obligó a quedarse internado para hacerse más pruebas. Hablé con él unos días después -creo que el jueves-, y me comentó que seguían haciéndole pruebas, y que lo que más le molestaba era perderse el cumpleaños de su nieta (ni siquiera sabía que tuviese hijos...). La conversación fue jovial (ya me habían dicho que podría ser una tontería o una cosa muy grave). Las pruebas se las darían la semana siguiente, y esperaba que incluso le diesen el alta el fin de semana.
El martes a primera hora un sms me informaba de su muerte. Diez días después de ir en bermudas a Sanitas por un dolor sin más importancia en el costado, cuatro días después de haber hablado con él. Todo se precipitó, por lo visto, el lunes por la tarde. En pocas horas. No sé si espiritualmente estaba preparado, no sé si tenía esas preocupaciones. Lo que seguro que no estaba preparado era para morir. ¿Lo estamos alguno?
Parece evidente que, cuando nos creemos sanos, es fácil pensar que sí que estamos preparados para la muerte. La vemos lejana. No va con nosotros. Seguimos haciendo planes para el futuro, y dejamos muchas de nuestras responsabilidades, de nuestras obligaciones, en un término mediato. Parece que no vamos a morir nunca, y que siempre tendremos tiempo para atenderlas, cuando superemos esta situación urgente que hemos fabricado. Y sin embargo, la muerte está ahí. Nadie sabemos dónde, cuándo, cómo.
Discuto con algunos amigos acerca de la mejor forma en la que te encuentre la muerte. Parece que el caso de mi amigo podría ser envidiable, si no para su familia y entorno, sí al menos para él. 52 años de vida plena, una semana en el hospital, no encontrándote mal, y una tarde sedado antes de morir. Me argumentan que se ha perdido muchas cosas, que era joven, que ahora podía empezar a plantearse la vida con más tranquilidad, gracias al patrimonio que había acumulado después de muchos años de trabajo. En seguida me viene a la cabeza el Evangelio en el que Jesús nos recuerda la futilidad de acumular en el almacén o granero riquezas. Hay que estar preparado, porque nunca sabemos cuándo seremos llamados. A pesar de que en el mismo nos habla de la libertad del pájaro, no creo que sea incompatible el ahorrar para ese momento en el que dejemos de producir, para atender nuestras necesidades y las de nuestra familia, con el hecho de estar preparado para morir. Y el estar preparado creo que consiste en tener la conciencia tranquila acerca de la utilización de los talentos que nos ha dado Dios. En el día a día debemos ser capaces de utilizarlos correctamente, verlos crecer, crecer con ellos. De esta manera, cuando seamos llamados, y no tengamos ya, por tanto, tiempo para continuar abonándolos, podamos decir, Señor, me entregaste tanto y te lo devuelvo con creces. Mi vida ha sido plena, y en el tiempo que he tenido he sido capaz de disfrutar y hacer disfrutar de ella. Por supuesto que me quedaban cosas por hacer, momentos que disfrutar, situaciones que afrontar. Pero no eran de mi tiempo. De las que lo eran, he sido capaz de aprovecharlas al máximo.
Ojalá en ese último instante seamos capaces de presentarnos de esta manera.
2 comentarios:
Te comenté en el desayuno de hace unos días.Tras pensar mucho en este tema del tiempo y de la muerte,creo que un condicionante decisivo en la manera de orientar nuestra vida consiste en el convencimiento de que existe vida tras la muerte y que nuestra vida actual constituye la primera parte de esa vida futura, que no son dos partes sin relación.Que Dios me ama aquí y allí y que, en palabras de Jesús, el Reino de los cielos comienza en nuestra vida. De ahí nuestra responsabilidad aquí. Son los mismos talentos aquí y allí. Condiciona nuestra vida presente y le da un horizonte espléndido. Claro que como estamos tan abrumados por lo que vemos y nos rodea, que tenemos que realizar un acto de voluntad diario para ser conscientes de que hay otra dimensión, otra realidad.
Supongo que la predisposición y por tanto la preparación y espera de la muerte es muy diferente si crees que hay vida después de la muerte, o no.
En cualquiera de los casos, creo que se debería asumir nuestro fin en este mundo, con cierta dignidad y no con el miedo que la percibe todo el mundo, creyente o no. Dignidad, que a mi juicio se ha perdido por la distancia que ponemos hoy entre los vivos y los muertos. Ya hemos comentado en alguna ocasión como se esconde la muerte en nuestra sociedad, y que por ello ha dejado de ser algo “normal”, que se espera con más miedo, porque no solo es desconocido para muchos que exista el más allá después de la muerte, sino que la muerte misma es un hecho que no se observa más que en los telediarios, la muerte en si es desconocida.
Ya no se muere en casa, los abuelos pasan de la residencia al tanatorio, detrás del escaparate...
A diferencia de mucha otra gente que efectivamente espera que la muerte le sorprenda de repente, yo preferiría conocer la fecha con antelación, no se si para prepararme mejor con el “más allá”, con “los del más acá”, o simplemente porque no me gusta que se me quede cara de tonto cuando me sucede algo que no esperaba…y pensar que alguien comenté: “pobrecillo, con lo contento que iba y mira… le sorprendió la muerte…, nunca sabes cuando…”
Tienes razón al plantear la futilidad de esperar haber gozado de más vida para disfrutar de hechos, situaciones o personas de las que no se ha disfrutado por estar en otras ocupaciones, porque la vida es la que es, ni un minuto más ni uno menos. Es como las películas, cuando la gente comenta que hechos o escenas seguirían al fin de la misma y no se dan cuenta que la película acabó con el The End.
Por otro lado, nosotros, los Cristianos, tenemos la gran suerte no ya de creer, sino de saber y no solo por Revelación Divina, sino que por el testimonio de muchas personas, reales, de carne y hueso, como nosotros, sabemos con la misma certeza con que conocemos por ejemplo como discurrieron Las guerras de las Galias o cualquier otro hecho histórico, que Cristo resucitó: “Xhristos anesti, alithos anesti”, y que duda cabe, que esta certeza nos ayuda a aceptar el final de nuestros días aquí, porque no, incluso hasta con cierta alegría.
Creo que esto es como las vacaciones de verano, sabemos que se acaban, y mientras hay que disfrutar de la suerte de haber podido tenerlas y no como hace la mayoría, lamentandose de su fin.
El otro punto que tocas, no cabe duda, es tal vez el más importante; el hecho de poder encarar el fin, cuando quiera que este llegue, como se decía en la mili, “con la satisfacción del deber cumplido” y la conciencia en paz.
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